lunes, 19 de julio de 2010

Exorcizando demonios


Sentada en el sofá en posición de loto, y el portátil sobre sus piernas; repasaba la última línea con detenimiento mordisqueando un pellejo de su pulgar derecho. La música inundaba sus oídos desde los cascos, ayudándola en su obsesión por aislarse temporalmente.
Tan inmersa estaba en su mundo que no escuchó el tintineo de las llaves, la puerta abrirse sin ninguna delicadeza, ni los pasos seguros y rítmicos de su compañero de piso por esa noche.
Una sombra más allá de su pantalla no la sobresaltó lo suficiente como para perder el hilo de sus pensamientos. Intuía su figura moviéndose, incluso un animado saludo que no correspondió enfrascada en su tarea.
A penas le quedaba la última frase. Necesitaba una lapidaria, de esas que no dejaban indiferente al lector y que hacía que un cosquilleo recorriera el estómago del escritor al plasmarla en papel.
Tenía la frase en la punta de la lengua, desvió la vista del ordenador hacia el frente guardando el documento. Tragó grueso, estática. Sentía su respiración ralentizarse a medida que la fina línea blanca sobre el cristal se estrechaba al repiqueteo de la tarjeta.
Puede que fuera el silencio, quizá sintiera su mirada clavada sobre la sustancia blanca frente a él, Dios sabía por qué, pero apartó la mirada de sus manos frente a él, encontrándose con la atención de ella.
Él podía escuchar el repicar del segundero de su reloj de mano, ella había dejado que la melodía que la había llevado a otro mundo no la soltara del todo en esa realidad. Porque era real; tan real como ese billete de 5 euros enrollado sobre la mesa preparado para ser usado. Tan real como le habían dicho que era. Tan real… y a un palmo de distancia.
Tranquila, serena como jamás creería que pudiera estar con semejante dolor en el pecho; se deshizo de los cascos y cerró la tapa del portátil sintiendo el mundo tambalearse bajo la planta de sus pies. Definitivamente estaban allí, tanto él, acompañado, como ella.
Dejó el portátil en el sofá, poniéndose en pie con lentitud, mirándole una vez más.
- No me mires así.- Ella avanzó un par de pasos hacia la puerta que comunicaba con el pasillo, al final del cual se encontraba su habitación. No apartó su mirada de él, le resultaba imposible y no quería ver nada más allá de sus ojos verdes. – No me mires así.- Insistió él de nuevo sin levantarse de la silla, con voz queda. Ella inspiró hondo antes de hablar, deteniéndose a su lado.
- ¿Cómo te miro?
- Así, como ahora.- Su dedo índice acusador la señalaba con un ligero temblor que no le pasó desapercibido. Se humedeció los labios, cerrando los ojos unos segundos antes de encarar de nuevo lo que reposaba frente a las manos del chico.
- No puedo mirarte de otra manera. – Confesó con pesar avanzando otro paso hacia el pasillo. Deseaba huir de esa sala, de esa situación, de ese maldito polvo blanco que recorría las venas del chico acabando poco a poco con quien realmente era.
- Hazlo.- Le pidió, le exigió, le apremió con voz rota rascándose la nariz de forma inconsciente.
- No puedo, ni quiero. – Le dio la espalda dando varios pasos sobre el parqué del pasillo, pero no era la única que avanzó por él. Le sentía a su espalda, sintió el roce de su mano en su antebrazo. Se viró con rapidez, encarándole, aguantando un pie atrás, lista para irse en cuanto la situación la desbordara. – Eres un puto egoísta. Un puto egoísta que no piensa en nadie más que en sí mismo.- No podía parar de hablar, de hundir su dedo índice en el pecho del chico y su mirada exhausta, dolida y ansiosa en la de él.- Pensarás que lo tienes todo bajo control… ¡ Si no puedes controlar ni el temblor de tus manos, joder!- Le espetó en un grito ahogado hincando los pies en el suelo con seguridad.- Pensé que jamás sentiría lástima, pena por ti, pero… - Se mordió el labio inferior con fuerza, aguantando las lágrimas.- Te da igual que tu familia se preocupe por ti, que tus amigos intenten ayudarte. Lo rechazas todo, ¡tú puedes con ello claro! – Sonrió con el corazón encogido en un puño.- ¿Tan poca estima te tienes? ¿Tan poco amor propio te queda? – Él escuchaba sin decir palabra, sorbiendo por la nariz los restos de la raya anterior. – Eres un puto egoísta sin control de sí mismo, por eso no puedo mirarte de otra manera.- Un paso hacia atrás, medio cuerpo girado ya en busca de la puerta de su habitación.
- Puedo dejarlo cuando quiera.- Cuanta mentira envuelta entre algodones blancos.
- Hazlo ahora.
- ¿Por qué? – La miró, sonrisa de suficiencia en los labios.- ¿Por ti?- Eso había dolido demasiado.
- Por ti. Si lo vas a dejar, debes hacerlo por ti.- Dos segundos y había vuelto a la sala trayendo en su regreso el cd con la droga esparcido sobre él. Se lo tendió a ella.- No.- Lo rechazó entrecruzando los brazos.- Yo no soy quien tiene que hacerlo.- Entre resoplidos y juramentos ininteligibles le siguió hasta el servicio, colocándose a su espalda junto al baño cuya tapa había levantado. El cd temblaba ligeramente entre sus manos, pero sin llegar a verter nada. Un minuto, dos… Esperó y la situación no cambiaba. Reculó dispuesta a salir de ahí.
- No me mires así. – Le escuchó decir sin soltar el cd, mirándola.
- Buenas noches.- Murmuró saliendo del servicio encerrándose en la habitación. La tapa del inodoro volvió a su sitio siendo coronada con el cd y la droga intacta. Le picaba la nariz, se mordió la uña del pulgar.
- Buenas noches.- Balbuceó agachándose, acercando el filo de la nariz a la fina línea blanca, desapareciendo con rapidez. Inhaló con fuerza, cerró los ojos, agitó la cabeza. Así estaba mejor. Sonrió riendo quedo apoyando la frente contra el mármol del inodoro. Inspiró hondo y se quedó en silencio, escuchando. Su corazón latía con rapidez, ligeramente desbocado. Abrió y cerró los dedos de su mano derecha, dejándolos en un puño para abrirlos de nuevo y mantenerlos en posición horizontal. Temblaba. De un manotazo estrelló el cd contra la pared, una pequeña nube blanquecina se posó sobre el suelo del servicio. Su puño cerrado se estrelló contra el pequeño armario de madera, rompiendo una de sus puertas. Resoplaba como un caballo tras finalizar una carrera, casi sin aliento. Apoyó la cabeza contra los azulejos a su espalda sintiendo su mano palpitar. Cerró los ojos, ladeó el rostro.- No me mires así, joder…