...Ya no en las obras, si no en las reuniones. Esas magníficas, productivas y sugerentes reuniones con los “jefes del cotarro” en los que de forma más o menos sutil te dicen que tu trabajo se la suda.
Aunque eso no es del todo nuevo.
Ya cuando estudié para ser técnico de prevención, nos “advirtieron” de que en este mundo había varias cosas que teníamos que tener bien presentes:
- En una obra, por mucho que digan lo contrario, siempre va a primar la producción (terminar las cosas en el plazo, hacer el máximo posible con el menor coste…) sobre el resto de cosas, prevención, calidad o medio ambiente.
- Siendo chica, te puedes encontrar con dos situaciones: Una en la que por serlo te tomen por el pito de un sereno; y la otra en la que al ser chica, te hagan más caso. La cuestión es que el sexo, condiciona demasiado.
- Siendo joven, te vas a hartar de escuchar comentarios del tipo “Tú, niña, a mí no me mandas”. Aunque a veces no te lo digan con palabras; la mirada, lo dice todo.
- La pasta, es la pasta. Me explico: en prevención se invierte lo justísimo y necesario para que no les metan una multa los de Inspección de Trabajo y todos tan felices.
La cosa es que, por mucho que l@s profesores nos intentarán hacer ver que los trabajadores nos iban a ver como los malos de la película, toca pelotas, cansinos y “nuevos puestos que han creado porque había mucha gente en paro” (aunque no todos, eso también es cierto) ; y bueno, que los jefes ven cuando nos miran es: trabas y más costes para los trabajos; pues hay días como el de hoy que te dan ganas de lanzarte del puente más cercano pero sin cuerda; o pegar cuatro gritos (o estrellas el puño en la mesa, a gusto del enojado) en esas reuniones que comentaba al principio. Si no terminas dándote de cabezazos contra la pared hasta perder el maldito conocimiento.
Me ha tocado doble partida de reuniones hoy, una por la mañana y otra por la tarde.
Entre el calor, y la sarta de gilipolleces que he tenido que escuchar y ver, y otros tantos comentarios restándole importancia al hecho de que el lunes, poco más y un trabajador acaba a dos jodidos metros bajo tierra (podía haberme tocado a mi, o a mi compañera tranquilamente); he llegado a casa con un dolor de cabeza de tres pares de narices, un instinto homicida que ni Hannibal Lecter y unas ganas de ir mañana hacia allí con un puto tanque militar y arrasarlo todo.
Hay gente que… en serio, hasta que no ve peligrar su puto culo a un maldito palmo de distancia, se la sopla la seguridad de los demás, de la gente que trabaja para él; del currela de a pie que se está partiendo el maldito espinazo por ganar un sueldo de mierda que no les da ni para pipas pero que si abre la boca o se queja se va a la puta calle.
Da igual que le digas las cosas 1, 2, 3, 47 veces, explicándole la forma más segura de hacer las cosas. Le importa un huevo eso, los metros cúbicos de hormigón que van a echar al día siguiente sí, son de seguridad nacional. ¿Que un tío casi se quede en el sitio…?, son gajes del oficio.
No me jodas.
Cada vez estoy más convencida de que el ser humano es el mayor hijo puta que pisa la faz de la tierra, porque putea a sus semejantes (los exprime, los machaca, los aplasta hasta reducirlos a polvo y no le sirven para nada más) y a los demás. A todo bicho viviente y sin vida que pueda existir, haya existido o existirá.
Y luego dirán que somos una raza superior a las demás. Cómprate un amigo colega, y miéntele a él