viernes, 4 de julio de 2008

Tormenta de Verano

Otro viejo relato que, creo que dadas las fechas, va como anillo al dedo. No es nada del otro mundo como comprobaréis cuando hayais terminado de leerlo :) Ya sabeis que cualquier opinión será bien recibida... ¡Pasad un buen fin de semana!


◀ Tormenta De Verano ▶

La habitación permanecerá en penumbras aún por varias horas. La oscuridad del techo se ve rota por momentos, la blancura de su superficie resplandece con encanto.
Recojo la manta que resguardaba mis pies y la extiendo por todo mi cuerpo, protegiéndome de la suave brisa nocturna. He dejado la ventana abierta, el calor de la tarde se ha ido apagando poco a poco dejando que el frescor de la noche invada la habitación.
El sueño, mi amigo esquivo últimamente, no quiere llevarme con él, dejándome a merced de la tormenta desatada. Si aún creyera en el ratoncito Pérez, quizá me asustaría y la manta taparía mi cuerpo por completo, o saldría corriendo hacia la habitación de mis padres. Aquellos años quedaron ya atrás.
Ya que no puedo dormir, me levanto de la cama y me pongo el albornoz. Alcanzo la silla del escritorio lleno de papeles y la coloco junto al ventanal. Retiro la fina cortina dejándome llevar por ese espectáculo de luces. No puedo evitar sonreír con mi mirada vuelta al cielo.
El cielo se estremece a la par que mi cuerpo, las luces descargan en el cielo, el vidrio de las ventanas tiembla por el ruido. La curiosidad me lleva a posar la palma de mi mano sobre el cristal. La siento vibrar a la par de los rayos, retorcerse bajo la yema de mis dedos. La sonrisa no abandona mis labios.
La habitación se ilumina una vez más... Los sonidos cada vez son más tenues... Me libro del albornoz. Sin temor a que retorne, abro el balcón saliendo a él, dejando que mis sentidos se inunden de ese característico olor... Ese que precede a la lluvia. Alzo mis brazos, extiendo mis palmas, cara al cielo encapotado. Mi rostro les imita, cierro los ojos a la espera.
Pronto mis ruegos se hacen realidad. Una fina gota se estrella contra mi mano derecha. Tras ella, innumerables gotas la siguen cubriendo mis manos, mis pómulos, mis labios, mis párpados, mi cabello; todo mi cuerpo, adhiriendo la tela del fino pijama a él. Las nubes descargan con fuerza la lluvia contenida, a la espera del momento oportuno.
Permanezco allí quieta invadida por una paz que anhelaba desde hacía tiempo, ese bienestar que me inunda con cada noche lluviosa.
Esa tranquilidad que sólo trae consigo una tormenta de verano.

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